Motorizado Ricart y un buen olfato
1970. Año de pocas bromas. Tras su paso por Latinoamérica, Dennis Noyes llegó a España y ejerció como profesor de inglés en Barcelona. Un día circulaba con su BSA por la Vía Laietana cuando, de repente, una explosión en la entrada del consulado estadounidense llenó la calle de cristal y polvo. Él, sorprendido, decidió alejarse de la zona y aceleró tanto que la rueda delantera se levantó. Siguió su camino haciendo un caballito y, poco después, un policía motorizado empezó a perseguirle: le habían identificado por la matricula inglesa como autor de los hechos. El policía cruzó la moto delante de Dennis para cortarle el paso, se bajó y dijo, apuntando con una pistola. "Soy Motorizado Ricart y usted está detenido". Esa forma de actuar no era normal y Dennis había pensado que todo estaba relacionado con el ruido de los escapes hasta que vio el arma.
Motorizado Ricart debía avisar a los agentes de la Policía Armada para que trasladaran al detenido hasta comisaría, pero no tenía fichas para llamar desde una cabina telefónica. Primera piedra en el camino. En ese momento, decidió entrar a un bar en el que conocían a Dennis. Ante la sorpresa de los allí presentes, el agente pidió usar el teléfono. "No funciona", le contestaron. "¡Es obligatorio que todos los teléfonos funcionen!", espetó, nervioso. El propietario del bar no entendía nada. Otra vez, dificultades para Motorizado. Dennis se estaba encariñando con aquel pobre guardia que quería hacer bien su trabajo a pesar de que todo estaba en contra.
Cuando al fin llegaron a comisaría, los detectives echaron a Ricart, que ya había cumplido con su labor, y se marchó con la cabeza agachada. El policía encargado del interrogatorio recomendó a Dennis que confesara y le explicaron los cargos de los que estaba acusado: incluso mencionaron la palabra “terrorismo” y entró en acción la clásica pareja poli bueno-poli malo, pero, tal vez por el pasaporte norteamericano, no recibió más golpes que un par de codazos a la cabeza. Un alivio.
Poco después ordenaron a Dennis que pusiera las manos sobre la mesa. No podía tocar nada con ellas. Si quería ir al baño, un policía debía manejar, literalmente, la incómoda situación. Dennis no entendía nada, pero tampoco estaba nervioso porque los hechos habían sido bastante ridículos hasta ese momento... Aunque todo cambió cuando les escuchó hablar sobre “el traslado del terrorista" a la Brigada Político-Social de Madrid (la temida policía secreta del régimen).
Al día siguiente, ya amaneciendo, apareció un señor muy bajito y de nariz grande que tenía mal genio. Lógico, porque le habían hecho venir desde Santander en un viaje de tren nocturno para el que no le habían reservado un camarote. Más de diez horas de trayecto, sentado en una butaca, para resolver asuntos relacionados con explosivos que él consideraba mucho menos importantes que los de su zona, donde el terrorismo era un problema real y dramático por aquel entonces.
El hombre se acercó a Dennis, le cogió una mano con mucho cuidado y la olió de forma profunda. Se quedó callado un momento, provocando la tensión de los allí presentes, y puso fin a todo el esperpento con mucha elegancia: "Este tío no ha tocado explosivo plástico en su puta vida". Un final a la altura de esta historia que incluso fue publicada por La Vanguardia.
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