MADRUGADAS DE 500
Me disculparán los y las lectoras que escriba este texto en primera persona del singular, aunque estoy seguro de que coincidiré con una gran parte de la afición en lo que voy a exponer.
En la primavera de 1987 el Mundial de Motociclismo volvía al país cuyas fábricas llenaban las parrillas del campeonato: Japón. Solo con las categorías “grandes”, 250 y 500, dejando sin viajar a las de 80 y 125, a pesar de que esta última contaba con el regreso de Honda. Esta marca, junto con el piloto Ezio Gianola, se adelantaba un año al cambio de reglamento: en la temporada siguiente iban a desaparecer las bicilíndricas y ellos avanzaban el debut de la RS monocilíndrica.
Así pues, la primera carrera que se celebró fue la de 250. En Suzuka y bajo la lluvia, como no. Y con retransmisión en directo gracias a Televisión Española. Y aquella madrugada para muchos empezó la tradición de trasnochar para intentar aguantar hasta la hora de la carrera o, si lo queríamos hacer de modo más sacrificado, ponernos el despertador a deshoras y ver la primera vuelta de calentamiento bostezando.
Los que tenemos eso que llaman “mediana edad” (que a la gente joven le puede sonar a edad media) no tuvimos la suerte de hoy en día de poder ver online y casi en cualquier momento la carrera que uno desee. ¡Ah! Pero teníamos una ventaja sobre la generación anterior a la nuestra: el vídeo. Lo que yo hacía era esto: intentar ver la carrera en directo pero también grabarla en vídeo. Sabía que había noches en las que los irreverentes amigos no moteros me convencerían para ir de fiesta. Y, después, más de una vez la juerga nocturna me cerraba los ojos por una o diez vueltas, por lo cual, como diría Paco Costas, mejor asegurarme la segunda oportunidad. Si sabía que no iba a estar en casa para las carreras entonces programaba el vídeo; recordad que las cintas para grabar tenían un máximo de 4 horas de duración; pero había que aprovecharlas al máximo en previsión de alguna bandera roja y de “start delayed due to…”.
Si tenía alguna obligación seria de fin de semana que me obligara a aplazar el visionado de las carreras hasta el domingo por la noche, me desconectaba de la tele y de la radio y mi círculo familiar y de amigos tenían prohibido darme el resultado. Aunque no siempre salía bien. Me reservo para el final de este texto una muestra de la tragicomedia de la vida aplicada al aficionado motociclista.
La “batalla del Pacífico”. Así es como bautizó Dennis Noyes al periplo asiático y oceánico del Mundial, el cual nos ha traído siempre imágenes y descubrimientos memorables. Con la victoria ese domingo de marzo ’87 de Kobayashi en 250 nació un cierto hábito de empezar el año con alguna sorpresa. Por ejemplo, al año siguiente yo estaba en el hospital, sin acceso a televisión para ver el GP de Japón, convaleciente de una operación de urgencia (que además me privó de viajar con Solo Moto al GP USA ’88 que se iba a disputar en Laguna Seca) cuando llegó mi hermano mayor a visitarme justo al acabar la carrera de 500. Sabiendo que yo era “de Lawson” me soltó:
-No te vas a creer quién ha ganado.
-¿Rainey?
-¡Qué va!
-Mamola con la Cagiva, no puede ser, ¿no?
-¡Schwantz!
Schwantz logrando su primera victoria el mismo día que Anton Mang, en dos y medio, lograría la última de su carrera deportiva. El mismo día que vimos debutar a “Little John” Kocinski en el Mundial.
Al año siguiente—1989—se añadió Australia al calendario. Y si Suzuka nos había impresionado, Philip Island nos hizo vibrar aún más. La primera carrera de la historia que se celebraba en dicho país la venció un jovencito que ganó su primer gran premio. Álex Crivillé, con la histórica JJ-Cobas de Jacinto Moriana y Antonio Cobas, empezaba a construir el que sería su título Mundial de 125. Y una hora después, Sito Pons dio una clase magistral de cómo hacer una prueba de adelantamiento por rebufo a media carrera y esperar a la última entrada en meta para ganar por 167 milésimas sobre Jean Philippe “codos” Ruggia. Lección que otro francés reproduciría a la perfección once años más tarde, brindándonos Olivier Jacque una impactante victoria de carrera, y del título de 250, sobre su compañero Shinya Nakano (ese al que Dennis ahora ha vuelto a citar cuando se refiere a Nakagami).
Momentos para la historia del recuerdo personal de cada uno que también quedaron marcados por la aparición de pilotos desconocidos por nosotros. En 1989, en el GP de Japón de 125, por detrás del vencedor Ezio Gianola se clasificaron ¡nueve pilotos japoneses! Cada año estábamos pendientes de ver quién sería la novedad entre los “wild card”. Aquí, que me perdonen los más puristas, pero la expresión “piloto invitado” para muchos no nos trae la connotación intrigante y salvaje del término inglés. Ueda, Unemoto, Takada, Okada, los hermanos Aoki, Bayliss en 250 en Australia ’97 y muchos más, incluyendo el que a mí más impactado me dejó: Norick Abe. Su victoria en 500 en Japón ’96 fue la providencial justicia por la caída liderando por sorpresa la carrera del año ’94. Ver aquella Honda NSR 500 “de colorines” dejando atrás al campeón del mundo en título Kevin Schwantz, con el alucinante estilo propio de “Norifumi” y su melena por debajo del casco fue un despertar increíble. Acabó cayéndose, pero hizo que Europa mirara a los pilotos japoneses de otra manera.
En este punto es inevitable citar al que, para muchos, ha sido su piloto japonés favorito hasta la fecha: Daijiro Kato (aunque personalmente, no debemos jamás obviar a Tetsuya Harada). A Kato también lo habíamos descubierto de madrugada en Suzuka. Y desgraciadamente allí lo perdimos. Su muerte significó la desaparición del campeonato del precioso circuito. Atrás quedarían las peleas Schwantz, Rainey, Doohan y Kocinski; la inesperada victoria del “rookie” Max Biaggi en 1998 o el retorno al Mundial de Ducati en 2003, con podio incluido.
Pero asimismo otros circuitos nos traían madrugadas reveladoras. Sha Alam, Malasia, 1992. El primer podio de un español en 500 (Álex Crivillé, 3º con la Honda Campsa) en una carrera disputada a dos mangas debido a la interrupción por la lluvia y en la que Joan Garriga llegó a ponerse primero (acabaría 4º en la suma de tiempos de las dos mangas). Pero es que unas horas antes, el ahora mánager de HRC, Alberto Puig, nos despertaba con su primer podio Mundialista en 250.
Entre 1991 y 1996 el Gran Premio de Australia se trasladó a Eastern Creek. A pesar de las sabias palabras de Wayne Rainey, quien dijo que era una barbaridad cambiar un circuito precioso por uno horrible, esta pista nos dejó algunas memorias variadas. Una, para mí algo romántica, cuando en 1994, John Kocinski ganaba aquí la carrera inicial con Cagiva poniéndose así líder del Mundial.
Otra, que muchos recordaréis, fue la cúspide del “pique” Doohan – Crivillé. Loris Capirossi es de los pocos pilotos que ha vencido en la categoría máxima con tres marcas distintas. En 1996 empezó la última vuelta del GP de Australia en tercera posición con su Yamaha Marlboro. Delante, Crivillé parecía que iba a conseguir un inesperado exterior sobre Doohan pero Mick se defendió abriendo la trazada en exceso. A falta de tres curvas Álex forzó la frenada para ganar la posición…y Capirossi acabó llevándose la carrera cuando las dos Honda Repsol se fueron al suelo.
El GP de Japón, como hemos dicho, sí que tuvo que cambiar de escenario cuando, tras el fatal accidente de Kato, Valentino Rossi dijo que no volvería a correr en Suzuka. El destino fue el Twin Ring de Motegi, donde ya se había celebrado el GP del Pacífico en octubre de 2002. Para mi gusto, Motegi no es ni mucho menos Suzuka, pero no está mal. Y si no que se lo digan a Álex Barros, al que Honda, por fin, para ese GP le cambió su NSR 500 de sentenciados dos tiempos por una de las MotoGP V-5 con la que Rossi había ganado diez carreras ese año. Barros le ganó el mano a mano al mítico 46 regalándonos de este modo otra madrugada animada.
Todo lo que está vivo está obligado a cambiar y desde el año 2007 el Mundial empieza de noche. La luz artificial de Qatar también nos trae bonitas escenas, pero no hay “wild cards” inesperados. Por otra parte, como decía al principio, hoy en día hay más maneras de poder ver las carreras en cualquier momento: incluso la web oficial de MotoGP tiene un apartado llamado “NO SPOILER”. Aunque, a cambio, con la aparición de las redes sociales es muchísimo más difícil aislarse de los resultados. Lo que me lleva a la anécdota que os quería explicar.
El domingo 16 de septiembre de 1990 volví a casa por la noche (vivía con mis padres) después de no haber podido ver en directo el GP de Australia en el que Kocinski y Cardús se jugaban el título de dos y medio. Me pasé todo el día evitando los televisores de los bares, sin poner la radio en el coche y apartándome de la gente que pudiera comentar algo. Haciendo el bicho raro, vaya.
Entré en casa apresurado, me fui a por el vídeo y mi madre me llamó al orden para que, al menos, saludara. Yo respondí con impaciencia acumulada “tengo que ver las motos” y mi madre, con la incomprensible ilusión de tranquilizarme soltó “bueno, bueno; no es para tanto. Total, el español ha perdido”.
No me lo podía creer. Me sentí entre parricida y absurdo. Quise pensar que mi madre no sabía de qué hablaba ni sabía quién era “Tiriti” Cardús. Pero todos sabemos que tenía razón.
Por lo menos, en la misma cinta se había grabado la “tumultuosa” carrera de 125—Italia contra Hans Spaan; Stefan Prein con su casco fosforito también llegaba con opciones al título pero rompió enseguida—que le dio el primer título mundial a Capirossi. Y también la que para mí es, junto con Japón 1989, la mejor carrera de 500 que he visto en mi vida, aquella que quien no haya visto tiene la obligación de ver. Aquella que la mayoría recordamos como la carrera “de Gardner y el carenado colgando” de una madrugada australiana de hace treinta años.
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